viernes, 15 de noviembre de 2013

IMÁGENES DE LA PRESENTACIÓN DE BAJO EL SIGNO DE LOS DIOSES DE FRANCISCO MORALES LOMAS

CENTRO ANDALUZ DE LAS LETRAS (MÁLAGA)
PRESENTA: JOSÉ MANUEL GARCÍA MARÍN (http://josemanuelgarciamarin.blogia.com/)



JOSÉ MANUEL GARCÍA MARÍN Y FRANCISCO MORALES LOMAS


PÚBLICO ASISTENTE


PÚBLICO ASISTENTE




jueves, 14 de noviembre de 2013

Nadando por el fuego de Rafael BAllesteros en IBERARTE por F. Morales Lomas



Nadando por el fuego

Escrito por Francisco Morales Lomas el . Publicado en Literatura
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ballesteros-2`Nadando por el fuego /Nageant à travers flammes´ es una obra bilingüe español /francés, de Rafael Ballesteros.
         La poesía está construida con palabras pero sobre todo con el cerebro, con las vísceras, con el sentimiento más feroz o más tierno –nunca inane-, con la matriz de lo contemplativo y con una profunda meditación sobre el papel de nuestra existencia, esa mirada interior que escudriña y se pregunta y dialoga con su otro yo, con sus otros yoes, con sus demonios, con las sombras que arriban con afán de devorarnos.
           Presidida por una magnífica pintura del pintor malagueño Enrique Brikmann, la poesía de Nadando por el fuego/Nageant à travers flammes (2012) es una edición bilingüe español/francés, con traducción de Lucien Castela publicada en Les Éditions de la Bastide, en la localidad francesa de Rousset sur Arc, perteneciente al departamento de Bouches-du-Rhône y a la región de Provence-Alpes-Côtes d´Azur. Es el último poemario de Rafael Ballesteros, una bella edición especial para bibliófilos de veinte ejemplares únicos numerados en papel Bristol Clairefontaine de 210 g. F.S.C., del que el mío hace el número 5. Presentado en forma de hojas acartonadas sueltas en número de 93 y recogido en sendas envolturas, fundas o revestimientos: una primera de cartón rojo y una caja rígida en tono verdoso con una tira en blanco en la que figuran dos versos del autor malagueño. Por tanto, también un objeto-libro magnífico sin duda. Una exquisita edición, cuyo proyecto y realización ha trabajado con rigor Bernard Mahesela y dedicada a Lucien Castela, el apasionado hispanista creador de esta aventura editorial.
ballesteros           La poesía de Nageant à travers flammes posee el germen de la creación impura, del compromiso del poeta con la realidad y la sublimación de lo infalible, de lo cierto… de la búsqueda de la verdad, se halle donde se halle, aunque esto signifique la paradoja del nadador por el fuego: el afán de búsqueda, de reflexión, de ensimismamiento… sabiendo que somos pasto de las llamas, que la muerte, en ese mar de fondo se adueñará de todos nuestros pensamientos, será siempre victoriosa. En ocasiones son graznidos en la noche que nos despiertan de nuestro letargo y nos descubren que, cuando alcanzamos la sabiduría, fenecemos. No tenemos tiempo. El tiempo ha sido una conquista para nuestra cognición y la última victoria de la muerte: “Ya que estaba preparado/ para el mundo, me queda poco mundo”.
          El pasado se agita en su interior, se encastilla, se mece en el presente… suavemente remolinea y nos propone las reflexiones actuales, nos permite la observación y justificar o comprender nuestra actitud en la vida. Existe mucho de acogimiento en el seno del testimonio. De la fuerza de las convicciones y la resolución del sentido del hombre. Y su otro yo, al que retóricamente le pregunta, con el que se desdobla, le permite adentrarse en la retórica del ser, en sus dudas, en la vacuidad del mundo y sus imposturas. Y el compromiso, siempre presente tanto como la poética de las actitudes ante la existencia: el hombre que no sabe si “echarse entre las aguas o contemplar”… y su decisión ante la existencia, su convicción desde el aprendizaje de la vida y la lucha permanente “por librarme de esta desazón de sentirme/ dentro de una parte, /de saberme tan parcial, tan subjuntivo”.

           Hay una profunda filosofía de vida, de enfrentarse al mundo, con la verdad, sin rencor, con valentía y entereza, y entonces en sus conquistas se evidencia la razón de ser. Pero no todo es placentero camino, las dudas le asaltan, la sinrazón le persigue, el afán por explicarse las cosas lo mantiene en una lírica que zozobra permanentemente en esa búsqueda de sí. En algún momento se rebela contra la duda: “No dudes más: tira al cauce del arroyo negro la daga/ acusadora”. Su poesía nace desde las antítesis del mundo, como un náufrago en medio de la tempestad intentando ser, conseguir su identidad que zozobra, su identidad desbocada. El huracán interior se agita entonces, la turbación como un “pajarillo ciego que en la alta rama/ se mantiene callado, a punto de caer”. Y este lenguaje de la quietud que busca la nada se adueña del sentimiento del poeta que lo acepta como finalidad.
ballesteros3        A veces la traición (“El que traiciona tiene mano/ con la que ofrece mirra huera”), tan presente en la temática narrativa también emerge con fuerza en el poemario con ese icono de la daga presta para asestar la última embestida. O la iglesia con su simbología de viejos dominicos, que ordenan silencio, y la desolación como testigo ante los excrementos de la historia y sus despojos obscenos: “El palo de la muerte hincado en el centro de la plaza”. O Dios (siempre en minúscula en su poesía), como un reflejo persistente del gran Unamuno, al que increpa con fuerza su desventura, sus profundas contradicciones, su ausencia de perdón y de clemencia. Y por ese camino se pregunta qué nos condujo a la condena, a las obscenidades, a la profanación… acaso la libertad de ser jóvenes, de ser nosotros mismos conquistando el mundo.
       La presencia de lo temporal pervive con fuerza a través de la imagen del río manriqueño, tan presente en su obra como tantos otros símbolos del genial escritor y de una época presidida por Fernando de Rojas, uno de sus grandes escritores de cabecera. Y en ese río, la duda y la confusión lo atenazan, y se siente baldío y minúsculo. Pero en ocasiones hay unas enormes ansias de ser aire, de alcanzar una libertad soñada, solo anhelada en la evanescencia, como un corazón exultante, que palpita tras de sí… y el agua como río o como mar manriqueño se hace esencia, le da sentido a la totalidad cuando el poeta consiente al fin “que el mar a donde voy/ tiene la fuerza de querer ser todo”. Existe un asentimiento de vida si otrora fuera río convulso y agitado fluir. Pero incluso en estas circunstancias el poeta tiene una profunda necesidad de alcanzar su propia identidad como ser que ha vivido.
       La pasión se agita con la fortaleza de una palabra dinámica, poderosa, cruda en su creación y en sus asociaciones que buscan permanentemente una explicación a todo lo que le rodea. El poeta necesita saber, comprender el porqué de las amenazas del mundo, de sus desafíos y  advertencias, y en su filosofía vital hacerse presente, tenaz, vertical, en esa verdad conquistada, pasional y querida.
      
Existe una fortaleza ética que defender, una indagación necesaria, una ausencia de apatía ante la vacuidad de lo inerte y una necesidad de definirse a sí mismo: “Y un Ballesteros hay que es único en el mundo,/ porque suma hasta cuatro sólo él: por ser cosa viviente/ que es y se pregunta, ya lleva en su collarino dos; más uno/ cuando se pone peluca de poeta y le anochece aún más/ su oscuridad, y cena sopa helada cuando amanece; y por/ quedarse mudo, lleno de asombro, diáfano y tirito como los / niños/ ante la vida, cuatro es”.
        Una historia que crear, una historia personal que conformar, que conducir, que explicar o que evidenciar. Para ir progresivamente en los últimos versos acercándose a ese mar grande que tanto nos ilumina y la llegada de amigos difuntos como Juan Campos Reina, en el poema 37, uno de los más bellos del libro. Una desembocadura que siempre estará velada por las preguntas de rigor, que son como un silabario del desconcierto: “¿Es el mundo el que se pierde y desvanece o eres tú el que se/ avienta, el que naufraga, está vencido?”
         La poesía nace del silencio, pero también de las entrañas, de las vísceras, de la necesidad de “sernos”, de sentir que nada ha sido inútil y en esa singladura, que es todo libro, todo poema, siempre la búsqueda de la luz, de la paz… en el infinito laberinto de la existencia, en la hondura de las cosas, en la exigencia de que la oscuridad y el vacío no venza nuestra ignorancia.
Francisco Morales Lomas
Presidente de la Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literarios
(AAEC)
Imagen peq: Detalle de la obra del pintor malagueño Enrique Brikmann, en el libro

jueves, 7 de noviembre de 2013

BAJO EL SIGNO DE LOS DIOSES DE F. MORALES LOMAS POR FERNANDO DE VILLENA


Un amigo, Antonio Enrique, F. Morales Lomas, José Antonio Santano, Pilar Quirosa-Cheyrouze y Fernando de Villena


            BAJO EL SIGNO DE LOS DIOSES 

FERNANDO DE VILLENA

                Ha corrido mucha tinta sobre el ajusticiamiento del valido Rodrigo Calderón  desde que don Francisco de Quevedo escribió sobre el asunto su obra “Grandes anales de quince días”. Fue aquel uno de los momentos más dramáticos de esta nación donde tantos momentos dramáticos han existido. Hoy, el escritor Francisco Morales Lomas ha dedicado una interesante novela al tema con el título de “Bajo el signo de los dioses” (Alcalá Grupo Editorial, 2013).
                Conozco a Morales Lomas desde que cursamos juntos la carrera de Filología y puedo asegurar que es un hombre dotado de una capacidad de trabajo intelectual asombrosa. Cuenta en su haber otras seis obras de narrativa, numerosos poemarios y diversos libros de ensayo. A mi juicio, es el crítico que mejor conoce cuanto se ha escrito en los años de la Democracia y posiblemente el único que podría poner orden en ese inmenso bosque escribiendo un manual que sirviese de aguja de navegación a estudiosos y lectores.
                En “Bajo el signo de los dioses”  Morales Lomas plantea con distanciamiento aquellos hechos históricos e intenta que la exposición novelada de los mismos resulte útil al lector de hoy. Claro que esos hechos históricos que se nos cuentan se asemejan bastante a los que se viven en la España de hoy: la misma corrupción, la misma impunidad, la misma estrategia de que un personaje secundario pague todos los platos rotos por los demás…
                Morales Lomas conoce la época con erudición apabullante. No en balde fuimos alumnos o tratamos a profesores como Emilio Orozco, Nicolás Marín o Antonio Gallego Morell. Ese conocimiento exhaustivo le permite novelar con precisión y soltura todo un periodo de la historia de España, porque el narrador no se limita a contarnos la vida de Rodrigo Calderón, sino que nos ofrece un amplio friso de hechos colaterales que nos llevan a comprender mejor cuanto ocurrió bajo el reinado del pío Felipe III.
                Pero es que, además, la novela de Morales Lomas constituye toda una aventura de lenguaje y una fiesta de amenidad. Enfoca el libro el autor con una perspectiva manierista de partes en apariencia independientes, pero interrelacionadas. Arranca con la tercera persona narrativa y la retoma al final, pero durante casi todo el texto cede la voz en primera persona a diversos personajes históricos como el propio don Rodrigo o como Miguel de Cervantes y a otros personajes inventados que van ofreciendo su visión de cuanto sucede. No faltan algunas ráfagas de humor ni la inclusión de poemas de la época ni tampoco algunos guiños al lector atento pues Morales Lomas nos presenta, por ejemplo, en la trama a escritores amigos suyos como es el caso del poeta Ricardo Bellveser, a quien lo hace figurar en la Academia de los Nocturnos como uno más de los ingenios valencianos del Siglo de Oro. Y no sólo convierte a Cervantes en personaje importante de la narración, sino que también le toma prestados algunos personajes de sus obras y los trae a su novela, como es el caso del alférez Campuzano de “El casamiento engañoso”.
                A veces, la novela nos recuerda los “Avisos” de Pellicer por la manera en la que se nos van presentando las noticias. En otras ocasiones aflora el Morales Lomas poeta, y el lenguaje entonces se colma de belleza con sinestesias tales como “algarabía luminosa de los almendros” o con hermosas metáforas y símiles como “Los rigores del invierno (…) cayeron sobre él como noche sin alma”.  Una novela, en suma, muy trabajada de principio a fin.


                                                                                                             




CORRUPCIÓN Y NARRATIVA (SOBRE BAJO EL SIGNO DE LOS DIOSES DE F. MORALES LOMAS) POR L. ESPEJO REQUENA

RESEÑA DE LUIS ESPEJO REQUENA, "CORRUPCIÓN Y NARRATIVA" (SOBRE BAJO EL SIGNO DE LOS DIOSES DE FRANCISCO MORALES LOMAS), REVISTA WADI-AS INFORMACIÓN, DEL 26 DE OCTUBRE AL 1 DE NOVIEMBRE DE 2013.


miércoles, 6 de noviembre de 2013

PUERTA DEL MUNDO DE FRANCISCO MORALES LOMAS POR ANTONIO MORENO AYORA

PUERTA DEL MUNDO DE FRANCISCO MORALES LOMAS, EDICIONES EN HUIDA, SEVILLA, 2012.


A continuación el lector tiene acceso a la reseña publicada en el número 107 (junio-octubre 2013) de la prestigiosa revista TURIA (Teruel, ISSN 0213-4373), pp. 436-438  por el catedrático ANTONIO MORENO AYORA, miembro además de la Academia de Córdoba y  correspondiente de la Academia de Alfonso X el Sabio de Murcia.







lunes, 4 de noviembre de 2013

UMBRALES DE OTOÑO DE MARILUZ ESCRIBANO PUEO POR FRANCISCO MORALES LOMAS





Umbrales de otoño de Mariluz Escribano Pueo, Editorial Hiperión, 2013


La literatura no está construida con palabras. Puede que estas aporten su solución teórica, pero la literatura, sobre todo, está construida de sentimientos, emociones, sensaciones, espacios públicos y privados que se resuelven en una oración, en un adjetivo o en un símil, pero siempre estos serán la vibración última del sentimiento que los creó. Quiero decir que, por encima de las palabras del poemario Umbrales de otoño de Mariluz Escribano Pueo (Hiperión, Madrid, 2013), está la fuerza de las emociones y la vehemencia de un corazón abierto y público.
Con esta obra, precedida de un rico y exhaustivo estudio de la profesora de la Universidad de Granada, Remedios Sánchez, Mariluz Escribano Pueo realiza una confesión hondamente sensitiva. Su vibración interior se apodera del poema a través de una lírica que nace de la memoria pero también de lo que guarda el corazón.
Ya en el título nos dice mucho. El otoño, comienzo de un tiempo que concita una sensación de nostalgia en su origen (es septiembre, de ahí sus umbrales) y fecha que en los calendarios nos conmueve por una recóndita espera y una intromisión en un interior necesario.
Sus dos grandes apartados (el primero sin título, solo enumerado con el dígito romano I; y la segunda, con el dígito II y “Humo remansado”) nos hablan de dos pensamientos muy diferenciados. En el primero, innominado, vive la familia, los amigos, el espacio sentimental, la infancia… en una melancolía de hoja otoñal que va tomando los colores dorados, las lluvias en las ventanas y “los silencios/ aislándonos del mundo”. En el segundo, “Humo remansado”, a pesar del título que nos habla de evanescencia, existe un ardiente cancionero amoroso, en el que hay un tú apostrófico al que se dirige su discurso cálido, sensitivo e íntimo. Se apodera entonces del poemario la conmoción de la mujer enamorada pero muy consciente de que “está escribiendo el color del recuerdo” (que aquí más que nunca tiene su sentido originario: re-cordo, lo que se guarda en el corazón, en el sentido que le daba Schopenhauer).
Lo que podrían entenderse como dos poemarios diferenciados creemos que poseen una enorme complementariedad entre ambos porque retratan el paso del tiempo, la memoria de la que ambos andan conformados, pero con la especial relevancia de la segunda parte, en la que el amor alcanza el sentido último de la existencia.
Comienza el libro con una dedicatoria especial a su madre, a la que rememora trabajando en la casa con la naturalidad de ese tiempo machadiano que se acomoda a la existencia cotidiana y crea las sensaciones de lo perecedero. El otoño se configura entonces como el tiempo preciso, esa determinación en la que se asienta la memoria mientras la Madre, en mayúscula, crece en los poemas con la confidencia del canto y la materialidad de una geografía de patios y huertas. El recuerdo crea el poema, se apodera de él pero en ocasiones rezuma tristeza en una soledad envolvente en la que la geografía, como en su momento en Juan Ramón Jiménez, conforma las sensaciones y las delimita. Se sabe presa de la evocación y con las palabras como enigmas con las que trata de descifrar su existencia, esa vida vivida y ahora traída al lector con la naturalidad de la confidencia y el acomodo del que va dando los pasos en un recorrido con el que trata de llenar su soledad.


Mariluz Escribano Pueo

Es septiembre, ese “umbral del otoño” al que alude el título, y “amanece/ con la amarilla luz de los veranos”. Su delimitación temporal, le permite una permanente llamada al lector que existe un tiempo, y un espacio, una Granada triste, de “pálidos viajeros” y una infancia, como la de Machado, que se está escapando “de un atlas”. Existe en Escribano Pueo una necesidad perentoria de crear un mundo, de precisar unas coordenadas en las que el lector va entrando progresivamente y se va adueñando de él a través de las sensaciones pictóricas, auditivas y luminosas. Es un libro lúcido en su tristeza, en su melancolía de árbol dorado, de barco a la deriva, de niño o niña indefenso.
Y el tiempo se va apoderando del poemario, el tiempo recordado, el tiempo hallado, el tiempo que anda en el corazón zigzagueando e imaginando cómo fue ese pasado, cómo existe en el recuerdo, en ese gozo sin fondo, en esa desolación imprecisa de afectos y ansiedades. Y el año 1936, con ese septiembre que de nuevo surca como el umbral del título el poema, con su aire de membrillos y manzanas, con sus cipreses cercanos y la imagen de la sangre derramada tan duramente en la memoria familiar. Y así germina el padre desde la contemplación, desde la observación cinematográfica que crean sus ojos, esos ojos que observan “la patria cereal de los trigos”, en esa bella metáfora. Unos ojos para un bello poema que nos rememora la guerra y el corazón al unísono, como dos silencios compartidos, como cantos que surgen una y otra vez con sus salmodias. Es una imagen que adquiere una enorme relevancia emotiva y por la que deambula la infancia de la mano de su padre “y al calor de su sangre/ mis pulsaciones tienen/ una ambición de tiempos”. Enorme poema con el que abandera la fuerza de un sentimiento cuando el corazón lo embrida en unas cuantas palabras y lo enaltece. En ese camino de su mano, el mundo es otro, y también la sangre con sus fusiles y, acaso, su muerte ya no lo es tanto porque en la memoria siempre ha quedado ese emblema de la bandera heredada del padre, que es la mayor y más emotiva patria del poeta.
Pero también es tiempo de espacios para un nihilismo de ciudad muerta, de ciudad donde pocas veces sucede algo, de ciudad de tardes intrascendentes y soledades ciertas. Es un tiempo el construido en su memoria, un tiempo creado desde el sonido (“con sonidos de pozos”), pero también con el dolor (“y el llanto de las piedras”), un dolor que pudo crear un tiempo y una memoria colectiva, como sucedía en algunos de los poemas de Francisca Aguirre con la que observo muchas complicidades, acaso fortuitas.
En este primer apartado surge la ciudad con su fuerza convincente y también la huerta, esa huerta de San Vicente donde Federico está “ausente como un muerto” y con el que trata de vitalizar los espacios de la memoria y rastrear esa vieja imagen de los sentimientos. Los sentimientos acaso de esos niños de ojos dormidos, de esos niños que van y vienen por los jardines juanramonianos o machadianos con los que se concita un clasicismo consentido: “Los jardines respiran añoranza,/ los árboles tristeza,/ y no encuentro ese viento transeúnte/ que llaman ábrego”. Una ciudad en medio de un jardín que va creciendo en los poemas con la melancolía de una luz otoñal y a media tarde.

El “Humo remansado” crea desde el inicio la exaltación y la energía vital. Desde la virtualidad imaginaria, la escritora se sitúa en el limbo del corazón, en su extrarradio de tierra, surcos, trigos para poco a poco ir entrando en su alma sencilla y forjada por la ternura, enérgica, vital y amorosa. Los símbolos que aspiran a crear una imagen definitoria transitan el poemario, bien siendo esa carga mineral de la tierra, bien esa agua que crece con la incertidumbre y la voz que retiene el corazón, en el silencio de los suspiros y en una geografía que nos conduce de la mano de ese amor forjado una tarde de lluvia, mientras se abren los cielos y el corazón crece en el mejor trigal.
Es un amor muy nerudiano, creado en el trasiego de la naturaleza, que le sirve de proyección pero también de centro y guía. Existe una necesidad definitoria por expresar el significado de este amor que la concita y la compele a seguir, olvidando esa tristeza de antaño, ese camino de soledad y angustia mientras se crea él, entre la sencillez de lo primitivo, como una sangre, como una caricia de otoño. Es un sentimiento que alcanza los límites de un mundo y trata de edificarse en piedra para conformarse en la consistencia y en lo indestructible de lo creado. Como un sueño inalterable, como la lluvia que humedece los campos y multiplica la cosecha.
En ese fulgor de la necesidad del recuerdo de amor (no olvidemos que escribe en el color del recuerdo) los labios del amado crean la solidez deseada, se apoderan de su existencia y adquieren la esperanza primera. El abandono, ese recuerdo que inunda las tardes (“Entera está mi vida en ti depositada), vuelve también para afianzar una extraña mezcla de placer y desconsuelo, de afectos y derrotas, de silencio y palabras cruzadas. Un oxímoron de sensaciones contrapuestas que pueden llegar también al silencio de amor, pero, al mismo tiempo, a la rendición de amor y entonces vemos a la amada florecer con la tierra y el agua, con los símiles de la naturaleza apoderándose del bello “Entera está mi vida”. Hay como una entrega, el efecto de las manos en el cuerpo de la amada, las manos como un libro que expresa sus sensaciones y se hace uno y expresivo al tacto, pero también un encuentro permanente con la fuerza y la integración de la naturaleza: “Definitivamente me confortan tus manos,/ me dan la certidumbre de mi existencia amante/ cuanto tiemblo en el mar de su interrogatorio/ y respondo a su urgencia con un suave abandono”.
Y el otoño, como un tiempo-espacio, delimita un estremecimiento de la memoria: era tarde y triste, el frío con su color cárdeno y la iniciación de amor, la incertidumbre, el nacimiento del encuentro que poco a poco va creciendo, como se construye el barro con el agua, en la humedad de la arcilla, en la definición de esa antítesis (tiste/alegre, alegremente triste) que va conformando este mundo que se crea desde la metáfora de las humedades y el barro, como si todo estuviera naciendo ahí, en esa conjunción de siempre, como recuerda en el poema “Para calmar tu sed”.
Pero la soledad se hace invectiva y se va adueñando progresivamente de ese encuentro y se crea su dolor de ausencia, a pesar de su diálogo mudo y aun a sabiendas de que es una soledad compartida: “Vivimos solos esperando la tarde”. Una espera que puede abrigar la alegría con el bálsamo de su voz o con el recuerdo de los momentos vividos. Entonces la poesía, su lenguaje hecho de sensaciones, va transigiendo esa geografía creada, va reconstruyendo esa creación de agua, tierra e impaciencias, y va, en definitiva, construyendo una voz que rezuma una historia vivida, un otoño, ese otoño que vibra en el recuerdo como un grato desaliento, como una grata sombra, una suave desesperanza, pero también como una voz transparente y nítida, como un  dorado paisaje, como agua profunda.
Y siempre la vida que germina en el verso. Porque así lo ha querido la escritora en esa consistente aleación nerudiana de tierra y esencia en el caballón de los renglones y en la condición de esa raíz que penetra profunda en la tierra: “Vivirás en mi verso cuando la luz se acabe,/ por eso yo te canto germinal y sencillo”.
Es su luz, la luz encendida que guía este canto, a pesar de que sabe perfectamente que el pasado nunca vuelve y es sublime en su recuerdo.

Mariluz Escribano Pueo, Remdios Sánchez y Aurora Gámez Enríquez

BAJO EL SIGNO DE LOS DIOSES DE FRANCISCO MORALES LOMAS EN EL CENTRO ANDALUZ DE LAS LETRAS




DENTRO DEL CICLO LETRAS CAPITALES, SE PRESENTA EL 13 DE NOVIEMBRE LA NOVELA BAJO EL SIGNO DE LOS DIOSES DE FRANCISCO MORALES LOMAS

LA PRESENTACIÓN CORRE A CARGO DEL NARRADOR JOSÉ MANUEL GARCÍA MARÍN, AUTOR DE OBRAS COMO AZAFRÁN, LA ESCALERA DEL AGUA, LA REINA DE LAS DOS LUNAS

La creación literaria y el escritor

La creación literaria y el escritor
El creador de libros, pintura de José Boyano