Francisca Aguirre, merecido Premio
Nacional de Literatura en 2011, se define como “asombro alucinado,/ un extraño
animal que bebe tiempo”. Por eso su
lírica no es ajena a su amigo Luis Rosales y a Antonio Machado, herederos del
tiempo, de esa existencia que poco a poco nos viste y desnuda jugando con
nosotros en un círculo terrenal e infernal.
Su lírica nace de sí misma, de sus
vivencias, de su propia realidad, lo que le permite decir que escribe haciendo
las camas, yendo al mercado, todo sin dejar de versificar, al revés de esos
otros poetas que necesitan soledad y silencio.
Posee la cotidianidad, se adentra en lo diario, acostumbrado y
frecuente… y alcanza su inmanencia al imbuirse de una suerte de romanticismo
ético y cívico conmovedor que nos reconforta con su estética honorable y
honesta.
Pero
también hay en su poesía una
búsqueda del conocimiento como en Pavana
del desasosiego (1999), un adentrarse en la razón última del ser y en ese
secreto de jardines ocultos y heridas absurdas como en La herida absurda (2006).
Una
poesía para la emoción porque inquieta, turba, conmueve. Una poesía para la
comprensión del mundo porque nos ayuda a la reflexión y a no dormirnos en los
desperdicios del ser como en Nanas para
dormir desperdicios (2007) y valorar la vida en su justa dimensión.
Una
poesía que nos recuerda a la muerte y su tranquila espera o avanza hacia el
interior aceptando el milagro de la vida (“Esta terrible vida a la que amamos
tanto”), mientras la historia de su anatomía crece con la piedad y los años en
esa línea temporal que tanto sabe de derrotas, aunque vibre la esperanza al
fondo en las singladuras del camino, como acicate para andar la dura jornada
como en Historia de una anatomía
(2010).
Francisca Aguirre
Siempre
existirá en su lírica el asombro, el teatro del mundo y sus imposturas y el
consuelo de las lágrimas.
La
infancia, la familia, el corazón (“El puto corazón/ está ya de vuelta de todo/
hasta de las metáforas”)… y siempre la eficacia sensorial y serena de la música
como en su libro La otra música (emblema
del espacio privado pues "es artesana/ y con su aguja y su dedal/ y un
hilo como el tiempo/ zurce los huecos que segrega la lejanía)… y el mar, el teatro de la vida, la tiranía de la
memoria…
Y la
palabra, que sabe a confidencia y a discreta reflexión, como la de una
convencida machadiana que sabe conciliar las usurpaciones con las victorias,
los dolores de la memoria con el flujo sanguíneo de la vida y su profunda
verdad, esa que tanto daño hace porque de ella nadie nos salva.
La
condición humana siempre ha sido una buena razón para sus versos irónicos y
envolventes que entran en el pensamiento y lo mantienen en una permanente
inauguración.
Francisca
Aguirre ha sido una suerte de Penélope trasladada a la realidad española de la
posguerra en Ítaca (1972) con el
naufragio, la búsqueda de la esperanza, la contemplación del mundo y su lucha
desde una perspectiva claramente crítica y comprometida; o ha tomado al padre
asesinado por la dictadura como centro de sus versos dolientes y desgarrados en
Los trescientos escalones (1977).
En definitiva, una lírica efusiva,
sincera, reveladora, sensitiva, donde se observa la profundidad en las raíces
del ser, en la esencia de las cosas, en el flujo hirviente y amplio de los
sentimientos, una lírica que crea enervados estados de ánimo en el lector y en
el que propone la escritora la necesidad de reinventar, de reconstruir un mundo
de nuevo.
1 comentario:
La pintura de José Boyano es realmente preciosa. Deja sin palabras.
Gracias.
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