jueves, 16 de agosto de 2012

La vuelta a la lírica de Alberto Torés por Morales Lomas



PISTAS DE LLUVIA Y DÉCIMAS PROLONGADAS




          Conozco a Alberto Torés desde hace más de un cuarto de siglo. Hemos vivido y vivimos muchas lidias literarias desde el Grupo Málaga: la revista Canente (Universidad/Diputación), Papel Literario (Diario de Málaga),  Entreparéntesis, el Humanismo Solidario…  Notable ha sido su dinamismo cuando a mediados de los ochenta fundó junto al poeta José Gaitán y al catedrático José Lara Garrido la revista Canente, una de las publicaciones de Crítica Literaria más importantes hasta su desaparición. Ensayista perspicaz y difusor de la poesía contemporánea, de él siempre me he fascinado la coherencia ideológica y crítica y, sobre todo, su amistad a lo largo de las décadas.
           Su gran reconocimiento como poeta llegó en 2001 cuando obtuvo el Premio Andalucía de la Crítica de Poesía por la obra El salón de la memoria cuando Antonio Hernández presidía la AAEC. A pesar de un cierto alejamiento en los últimos tiempos, su regreso se ha producido con dos obras nuevas: Pistas de lluvia y Décimas prolongadas (Editorial Corona del Sur, 2010).
           En Pistas de lluvia Torés apuesta por uno de sus autores más emblemáticos (a él le lleva dedicado mucho tiempo de estudio y, acaso, alguna tesis doctoral inacabada): Blaise Cendrars, del que toma la cita inicial: “Et il y avait encore quelque chose/La tristesse/ Et le mal du pays”. En estas palabras se encierran claves de un poemario de expresión narrativa y corte crítico con la realidad que le toca vivir donde podemos encontrar mucho de llagas “del momento quebrado como las huellas vanas” en un camino incierto. Un halo de tristeza y cierto regusto a melancolía desprenden estos versos en los que la pasión y la efervescencia y dinamismo están presentes desde la óptica del que ya está un poco ajeno a las vagas prestidigitaciones y surge irreverente y fugaz. Es la edad del descreimiento, ¿acaso la edad de la apostasía?: los viejos mitos van cayendo uno a uno, y solo nos queda el derecho a la memoria y sobre los despojos construir, reconstruir nuestros “nuevos” ideales.  Retoma un viejo tema que ha sido un eje axiomático en toda su poesía: el charol. Ese símbolo de la civilización occidental tan dada a flatulencias de toda laya y a ruidos vacuos. Reconoce que se escondió “largo tiempo/ pero jamás llevé capucha”. Y sobre esa flatulencia vital, sobre esa necesidad de creer en algo (visto en los ojos de su hijo Alfonso) surge ese poeta que todavía ansía la vida: “La vida de espaldas es descreer/ cuando hay que creer con todas las fuerzas,/ con todas las fuerzas y sinceramente”. Un motivo no ajeno a esta lírica vital y fuertemente comprometida con el ser humano es la sangre (símbolo tan querido para los surrealistas), esa sangre del esplendor, del estupor, de lo inútil, del abrazo cortado… secciones de la vida en una barra de un bar. Y el misticismo laico del recorrido vital, del homo viator a través de la búsqueda de lo sustancial que se despliega en las confidencias con Teresa mientras despierta en él ese hálito de rebeldía permanente, sabedor de que “Sólo un puñado de rebeldes llegan/ hasta el final”.
        Ese componente ético y soñador siempre estará marcado en su lírica humana que ajena a la puesta en escena de lo ambiguo necesita fuertemente sentir. A pesar de que ese recorrido sea merecedor de brillos inanes y el amor se convierta por momentos en una bandera, quedará siempre la conciencia del errante en busca de la utopía mientras el poema, es decir, la sangre anuncia el “Perfil de futuro/ el mundo está a punto de comenzar”. Su poesía es depositaria de la esperanza una vez que ha fustigado la desazón de los brillos de charol, las ambigüedades vitales y el dúctil tejido de la miseria. La búsqueda como necesidad de encontrarse consigo mismo y con el paradigma de su existencia en esa carretera que, como un tiempo, nos hace avanzar y acaso llegar a la modernidad de lo ambiguo y a sus ritos urbanos. En ese viaje Alberto Torés va reconstruyéndose a sí mismo desde el presente y desde el pasado.

Alberto Torés y F. Morales Lomas

         No es ajeno a la magia del blues, a la lírica de Gil de Biedma, de Neruda, de Pérez Estrada o César Vallejo, como tampoco al hábito de la tristeza o al erotismo humanamente vital y tórrido de “Luna azul”: “Momento de querer/ vender el cuerpo al diablo sombrío”. Pero siempre encontraremos en su lírica una componente ética, un descubrimiento del papel que jugamos ante la libertad, ante los recuerdos, ante la nostalgia, ante el tiempo que nos ha tocado vivir: “Historias de infancias, ruines y antiguas/ que los papeles convertirán a textos”. A veces es protagonista ese cansancio vital como “Los galopes de piedra” con cita de Pérez Estrada y la inserción de algunos de sus versos, siendo el desánimo cómplice y solitaria la compañía partícipe de la novela La extranjera del autor malagueño.
           Y en este camino de reconstrucción y querencia no puede faltar su hijo Alfonso, al que dedica el poema “El secreto”, uno de los temas más queridos para el autor parisino que se sostiene sobre el tema de la búsqueda: en las páginas amables, en los puertos fascinantes, en los burdeles… en última instancia como una razón de vida y siempre tratando de ver en su luz, la suya propia, porque su búsqueda es una forma de escudriñarse a sí mismo. Una identidad necesaria para ese futuro por comenzar que anuncia en el último verso del poemario y en otros en los que la esperanza siempre está presente a pesar de los tiempos de charol y espejismos vanos, a pesar de la melancolía de la memoria o de la piedra que petrifica los sueños.
        Acaso sea “La boca del alba” donde el poeta expresa con mayor énfasis ese recorrido vital y desde la irreverencia del apóstata confirme sus últimos afanes. Si antaño fue la naturaleza, hoy “la razón puede mostrar cavernas”. Y ante esta imagen, el poeta cursa la búsqueda de la libertad, el descubrimiento de “la nostalgia de lo ambiguo”. Hay una necesidad de nombrar a las cosas para crearlas, para darles un sentido al final del rayo de esperanza. El hoy es un mundo de alambres y pálidos sabores y cínicos rencores del recuerdo… como si fueran cicatrices que sobreviven en la cercanía del texto escrito. Y al final surge como un grito la defensa de una ética revestida de estética y dice: “Porque mi estética es contraria/ a la locura despreocupada/ y no reconoce los inadmisibles/ espejos del agua ni la luna correcta/ ni el diagnóstico de la belleza sin emoción./ Aquí los testimonios son juicios impuros,/ razón del pensamiento crítico, humanismo/ solidario y romanticismo cívico”. Palabras estas últimas que alimentan toda su singladura vital, todo su verbo, toda su dimensión humana y comprometida en estas Pistas de lluvia con tan clara vocación de Homo Viator ante la impunidad de los elementos y la conducción temeraria.

           En “Nota a Modo de Epílogo o de Prólogo” de Décimas prolongadas (Editorial Corona del Sur, 2010) explica el sentido último de este poemario, la confluencia de una serie “de textos reunidos bajo la perspectiva de la elasticidad, presentándose como 35 décimas prolongadas. No hay más pretensión salvo la de rendir homenaje a aquellos trovadores de hace cuatro siglos que versificando quintillas, octavas reales y otras emociones, tañían guitarras o vihuelas de mano para musicalizar sus coplas”. En ese homenaje temporal en el que la alusión a un tiempo pasado-presente-futuro-condicional está presente también los amigos: Carmen y Francisco Peralto, Juan Gómez Macías, Sylvie Léger y Bernard Sesé, José Lara Garrido, Rafael Ávila, Takeo (Alfonso Torés), Francisco Morales Lomas y Eduardo Vila Merino. Es un poemario plenamente sentimental en el que Alberto Torés no solo rinde homenaje a todos estos escritores sino también en cierto modo reconstruye su tiempo vital, sus querencias, sus pasiones, sus denuedos y sus proyectos de futuro. En él hay siempre algo de condicional y una relevancia expresa de lo porvenir.  A pesar de que es consciente (signo de esa inteligencia creativa y juiciosa que siempre le consideré) de esas limitaciones propias de todo lo perecedero, la inmensa vocación de luminosidad de su obra tiene un parangón en sus versos que lejos de esa nostalgia o tristeza refulgente se acomodan a la mañana y su mundo-pasión: “De la mañana serena, la vida/ en texto abre riesgos y verdes frutos,/ alegra tus ojos en dos minutos”. Algunos de los mitos destruidos (retomados en los versos de Pistas de lluvia) también están presentes aquí, a la vez que ese espíritu del rebelde que no ceja, que no pierde un momento para gritar ante el presente y reclamar el sentido de la existencia: “Para escribir pues requiero la vida”. Una máxima que no se compadece con la emoción sino que se imanta de ella. Y a pesar de memorias de derrota o silencios compartidos, el futuro es un desencadenante de la agitación, de esa nueva vibración de tiempo que ha de ser revelado. Es cierto que “fuimos nostalgia”. Es cierto que “fuimos ocultos”. Es cierto que “fuimos tiempo indeciso en manifiestos”. Pero Alberto Torés sabe que no hay nada más triste que la mentira y hay un renacimiento entre los cristales rotos: “Que nos hace soñar cuando las piedras/ ruedan y los escarabajos suenan”. Hay un mundo al que desafía desde los agotados inviernos, desde ese hombre que camina con su razón a cuestas, con su verdad que no debe ser escondida tras el charol de la nostalgia. Hay una distancia, una búsqueda necesaria que como en Pistas de lluvia surge una y otra vez en esa simbiosis entre el arte y la vida. Frente a la ceniza de esa insospechada nostalgia, de esa tristeza de ocasiones perdidas, las décimas prolongadas de Alberto Torés son una “forma para vencer el alba”. Es su discurso más hermoso, aunque es consciente de que su verdad no es ni siquiera única. Pero sí es la que inspira su esperanza hacia esa lírica con vocación ética cuyos textos siempre reiventarán de nuevo esa razón vital ante la hipocresía de los tiempos actuales: “Que somos la tierra/ de frutos tardíos, la altiva pieza/ para la envidia trascendente”.
        Hay también una suerte de reparo ante falsos jugadores y rufianes, prevención ante la oscuridad y ruido consciente por esa claridad que llega aunque haya estatuas de viento que ocupan espacios en un momento determinado. Pero siempre quedará el amparo de la luz que se presenta con acierto cuando hay consciencia de lo que debe ser amado y compromiso consciente: “Supiste amar con acciones/ de caballero castigado al tanto/ y todo por la nueva España. Caro/ tributo entonces si diste por tu obra/ la vida y por ella, noche sola,/ una, libre, donde todo perdiste”. Un neorromanticismo cívico que nos lleva a la literatura de compromiso de todos los tiempos y recupera nuevas mitologías en torno a Voltaire o Maigret. Hay un inventario de afectos y un amor consumado a la vida, a los placeres palpables, a la vida siendo sabedor de los rompientes y la amargura de los abismos: “Como estrellas que lloran su suerte/ nuestros mitos, sangre por pasarelas/ son, entre puertas y dulces ironías/ una brisa comulga voladora”. Pero siempre existe la voluntad de alcanzar los límites, destruir las mentiras y las historias falsas, los mitos, las promesas y organizar un mundo propio, personal y exclusivo. 

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