domingo, 3 de abril de 2011

ECONOMÍA Y EMPLEO EN LA CULTURA POR MORALES LOMAS

Economía y empleo en la cultura (Consejería de Cultura, Junta de Andalucía, Sevilla, 2010) es un ensayo de más de quinientas páginas donde veinticuatro especialistas en temas culturales entre catedráticos de universidad, doctores en diversas disciplinas, presidentes de diversos organismos... analizan de modo concienzudo y riguroso el estado de la cultura y su tejido industrial. Como dice el consejero Paulino Plata en las palabras liminares, "la cultura es un elemento muy valioso para el desarrollo económico de un territorio, actúa como fuente de riqueza y de empleo, a la vez que actúa como un indicador crucial de la madurez y dinamismo de una comunidad (...) Su rentabilidad económica es en muchas ocasiones invisible o poco reconocida, pero lo cierto es que se trata de un sector con un enorme potencial. La contribución de la cultura a la riqueza nacional, en términos de porcentaje del Producto Interior Bruto español puede situarse en torno al 4% (...) Esta obra aborda la vida laboral desde distintas miradas -económica, jurídica, sociológica, psicológica...-. Los autores transitan por un escenario económico para estudiar y reflejar la actividad de los profesionales y las empresas del sector. Ahora, más que nunca, es conveniente hablar y trabajar en la economía de la cultura. Debemos destacar las aportaciones que hace a nuestro bienestar y ser capaces de aprovechar todas las posibilidades que ofrece".


A continuación pueden ver el índice de la obra.



Uno de los capítulos de la misma figura la contribución de Morales Lomas como presidente de la Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literarios que lleva por título "La actividad del escritor" (pp. 299-322).



FRAGMENTO DE LA ACTIVIDAD DEL ESCRITOR POR MORALES LOMAS


La obra la pueden solicitar a la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía. Resumen La situación del escritor ha sido vista tradicionalmente y por el neófito como un mundo idealizado en el que existe mucho de proyección mítica de esa figura que crea mundos paralelos al nuestro. Sin embargo, en muchas ocasiones, no es este el perfil real. El escritor es ante todo un trabajador, un creador de palabras y mundos, y como tal su función es doble: inventar algo ex novo y darlo a conocer a sus congéneres. La mayor singladura, la aventura más peligrosa se produce cuando un escritor pretende dar a conocer sus obras pues encuentra múltiples dificultades. En el presente escrito llevo a cabo un sucinto análisis de la situación general del escritor, los diversos modos de abordar la escritura, la función social del escritor en la sociedad contemporánea, la dinámica de su trabajo creador, las dificultades de la edición y la incertidumbre que encierra esta, así como las perspectivas de futuro en una sociedad cada vez más tecnológica. En otro apartado abordamos la relación con las instituciones y la labor que estas hacen en Andalucía. La situación es compleja pero se puede reducir sensiblemente a la necesidad de la búsqueda de la expresión en un mundo cada vez más deshumanizado en el que, progresivamente, se está poniendo de moda un tipo de literatura con la que se pretende única y exclusivamente la plusvalía y deja al escritor en el onanismo literario. Esta perversión incide en ese proceso que va de la creación de la escritura al lector, con toda la problemática que se produce en la edición, la distribución y la publicidad de la obra. Palabras clave Escritor, problemática, función social, libreros, editores y distribuidores. El escritor y su función social El escritor cumple una función social: convierte el mundo en objeto artístico. Esta capacidad para subjetivar la realidad con sentido o sin él, es decir, con el absurdo del arte, que sería el mayor de los discernimientos, convierte al escritor en un demiurgo. Y adquiere el bagaje de la creación. Toma sus bártulos y se echa al camino para conquistar la verdad del hombre o su tontería, su bondad o su maldad, su personal comprensión o concepción de lo observado. El escritor, a su modo, es un dios pequeño, un dios vago y estéril que trata de encontrar acomodo en la creación. Intenta descubrir «objetos» que adquieran forma definida. La reinvención de la realidad o su acomodamiento a la misma (su mimesis) con otros ojos es el ministerio del escritor y, en consecuencia, cumple la función de dotar a la realidad de múltiples sentidos y de ampliar su punto de partida, su recepción múltiple. Decía Antonio Machado que la poesía es diálogo del hombre con el tiempo, y esta dimensión temporal del escritor va en relación con su transitoriedad pero, sobre todo, y también, con la proyección de su obra ad límine, en otras épocas, con objeto de que sirva de comprensión novedosa de su visión en la tierra. Este afán testimonial ha permitido hablar del escritor como artista transformador o revolucionario y de la literatura con un afán claramente instigador, la palabra como un arma cargada de futuro en versión de Blas de Otero, Gabriel Celeya o José Hierro. Y así fue en determinados momentos, sobre todo cuando esta podía coadyuvar en la transformación del statu quo. Quizá por ello el arte (y la literatura como tal) no es para Marx una actividad humana accidental sino un trabajo superior en el cual el hombre despliega sus fuerzas esenciales como ser humano y las objetiva o materializa en un objeto “concreto-sensible”, como bien nos decía Adolfo Sánchez Vázquez en Las ideas estéticas de Marx[1]. Pero no siempre fue así. En muchas ocasiones el escritor lo que trata es de comprender el mundo y transmitir su visión de esa comprensión, que no tiene el porqué ser verdadera o cierta, pero sí personal y única. En consecuencia, mucho hay de transitoriedad en la labor del escritor y disposición a ser testigo de una época. Y como no todas son iguales, la literatura es informadora siempre de un momento histórico, aunque la comprensión de una realidad en un momento histórico determinado pueda sentirse en otras circunstancias ad futurum o al menos puede apreciarse su voluntad de objeto artístico permanente. Y esto sucede así porque la literatura es la recipiendaria de un sentimiento. Y los sentimientos son históricos: pertenecen a una coyuntura, nunca son eternos. El escritor dota de sentido a la observación de lo contingente y perecedero. Su trabajo es apasionante porque su encuentro con la materia es doble: por una lado, lo observado; por otro, la praxis de la escritura[2], su voluntad de ordenar el mundo desde el verbo: al principio fue el verbo, y el verbo habitó entre nosotros: “El poeta que va a hacer un poema tiene el vago sentimiento de que parte hacia una cacería nocturna en un bosque muy lejano”, dirá García Lorca[3] para expresar esa dimensión ignota del hecho creador. Esta plenitud tenebrosa de la creación literaria ofrece para el escritor una sugestión extraordinaria, la verdadera motivación de la escritura (o al menos una de ellas) pues sucumbe a la seducción ex nihilo: crea algo que no había antes. Pero también es cierto que, en esta búsqueda y tránsito por un mundo inédito, el escritor también se enfrenta solitariamente a la creación en su dimensión dramática, en absoluta soledad y con la intuición de que la creación a la que se ha encomendado lo sitúa frente al problema de su propia existencia, su libertad y el lugar que ocupa en el mundo, material o espiritual, que quiere representar, como decía Pérez Rizzi[4]. Pero en su poder de creación, en esa consistencia de demiurgo, la vocación estética procede del objeto observado: “La obra de arte adquiere verdaderamente una existencia propia, que le permite imponerse como individualidad estética, sólo en la medida en que parece habitada por una especie de necesidad interna, que debe traducirse en una adecuación rigurosa de la forma al material y viceversa. En la obra acabada se da como un equilibrio milagroso que el menor desplazamiento podría romper y que corresponde a la perfecta materialización de la forma”[5]. Pero también la literatura aporta una dimensión colorista al dar una visión esperanzadora (al menos así la ha visto Alan Woods) pues el arte (y la literatura lo es) en todas sus formas “nos hace abrir los ojos, aunque sea sólo por un momento fugaz, ante nuestra monótona existencia cotidiana, nos hace sentir que hay algo más en la vida, que podemos ser mejores de lo que somos, que las relaciones entre las personas pueden ser humanas, que el mundo puede ser un lugar mejor. El arte es el sueño colectivo de la humanidad, la expresión del sentimiento arraigado de que nuestras vidas no deberían ser así y que deberíamos luchar por algo diferente”[6]. El artista debe huir de su propia persona y situarse en un plano superior sobre el que contemplar el teatro del mundo. El artista es el único que puede desprenderse del guión establecido y sentarse en el auditorio para contemplar cómo los simples mortales interpretan su papel. Él puede llegar a comprender el guión y situarse en la verdadera realidad, fuera del tiempo y el espacio. Sobre todo fuera del tiempo, que para Schopenhauer no tiene una existencia absoluta, no es una manera de ser en sí de las cosas y no es más que la forma de conocimiento que tenemos de nuestra existencia. De este modo tiene el artista la capacidad de situarse en un plano externo al mundo, contemplando y entramando sus leyes con la posibilidad de salirse de ellas, dejando a un lado las apariencias del espacio y del tiempo. Sin tiempo la palabra muerte no tiene sentido ya que sería el fin de la vida y no puede haber principio o fin si eliminamos el tiempo. Comprendemos la vida cuando nos enfrentamos a la muerte, a la ausencia del tiempo, y el arte puede hacernos comprender esto aunque sólo en determinados instantes... [1] SÁNCHEZ VÁZQUEZ, A. (2006) Las ideas estéticas de Marx. Madrid: Siglo XXI, 2006. Afirma que para Marx el hombre lo es en la medida en que crea un mundo humano, y el arte en general aparecería como una de las expresiones más altas de este proceso de humanización y como trabajo superior eleva las condiciones de ese ser. Por supuesto, muy interesante en este sentido es la obra de MARX C. Y ENGELS F. (1968) Sobre arte y literatura. Madrid: Editorial Ciencia Nueva, 1968. [2] El elemento técnico (la techne para Aristóteles) es consustancial al hecho creativo. García Lorca decía que él era poeta gracias a Dios y a la técnica. Y también decía Kant que “Genio es el talento (dote natural) que da la regla al arte”. La dimensión genética o deífica, y la dimensión léxica y la capacidad de organizar el mundo a través de la palabra. Como dice LABRADA, M. A. La racionalidad en la creación artística. [en línea] [Consulta: 30/04/2009] que cita a su vez a HEIDEGGUER, M. (1961) Nietzsche. Tübingen: Neske, vol. 1.°, p. 96, “como es sabido, el término «arte» —en el sentido usual hoy de creación, deriva del término «techne» empleado por Aristóteles y que los latinos tradujeron por «ars». Del mismo término aristotélico (techne) deriva asimismo el actual de «técnica», y es, precisamente, esta proximidad de los términos «arte» y «técnica» lo que plantea problemas para distinguir el significado de ambos: «el arte es la techne. Se ha sabido después de mucho tiempo que los griegos denominaban con este nombre tanto el arte como el oficio, y según este término denominaban también al artista y al artesano con el nombre de technites...»” [3]GARCÍA LORCA, F. La imagen poética, citado por IBÁÑEZ LANGLOIS, J. M. (1964) La creación poética. Madrid: Rialp, 1964, p. 221. Aunque también dijera García Lorca en Juego y Teoría del Duende, que: “El ángel guía y regala…vuela sobre la cabeza del hombre, está por encima, derrama su gracia y el hombre sin ningún esfuerzo realiza su obra… La musa dicta y en algunas ocasiones sopla… despierta la inteligencia.” [4] PÉREZ RIZZI, M. A. El problema de la creación artística. [en línea] [Consultado: 30/04/2009]. [5] LADRIERE, J. (1978) El reto de la racionalidad. Salamanca: Sígueme, 1978, p. 151. [6] WOODS, A. El marxismo y el arte. [en línea] [Consultado: 28/04/2009].

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