El tiro de la vida y el tiro de la muerte. Sé que sólo hay vida. ¿Eso de la muerte qué es? Yo he visto personas sin vida, y nada más. A la muerte no la reconozco ni me preocupa. Otra cosa diría del dolor («eso» sí que es una muerte). Lo demás es literatura, religión, filosofía. Ciencias instrumentales.
Conocimos a los hombres José Antonio, Francisco y Juan, y conocemos y seguiremos leyendo la obra, al fin, también el hombre, es decir, en esencia el hombre.
Y a cada uno lo quise por un motivo. ¡Qué tendrá la literatura para hacernos tan humanos?
Y a cada uno lo quise por un motivo. ¡Qué tendrá la literatura para hacernos tan humanos?
A José Antonio le agradecí siempre la tranquila esperanza de la palabra, esa espera de viento y nobleza que empleaba con tantas premoniciones, en la dulce templanza del sabio que se retira «de aqueste mundo malvado». Francisco era el pensamiento y la imagen del exilio, una imagen antigua que zozobra, una imagen de dolor pero nunca de resentimiento. Su gracia (algunos dicen «malafollá granaína») la tuvo siempre y siempre fue fiel a sus principios de tolerancia y libérrima voluntad de pensamiento. Un intelectual dulce y un narrador avispado. De Juan, mi querido amigo Juan Campos Reina, sólo tengo palabras de agradecimiento y alegría.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh9tZmxqR5KWvdBVkIX6HUGV09p7npTwS5rxqabXKHJ6ee8LkPB5lgLR_VWkGJqkzepY-nBTYHUIHCNydtGSB26nH3dpxz6TudN0-IHauVPa1rQqEzAhZjWK66ztGDUq88B0qLGB7cLWS7l/s400/MU%C3%91OZ+ROJAS.jpg)
Ahora ya no estáis aquí pero seguís estando en mi mente, pero sobre todo delante de mis ojos, porque estáis en “El bastón del diablo”, en “Los usurpadores”, en “Cosas del campo”, en la “Trilogía del Renacimiento”, en “Muertes de perro”, en “Objetos perdidos”... y en tantas, tantas palabras, y en tantos, tantos sentimientos...
JUAN CAMPOS REINA
1 comentario:
Nuestro cuerpo está hecho de órganos, éstos de fibras, las fibras de células, éstas de moléculas, y las moléculas son, al fin, diminutos átomos combinados. Si pudiéramos ir quitando átomo a átomo de nuestro cuerpo con una microscópica pinza, nos descompondríamos en un montón de polvo atómico sobre la mesa, en un puñado de átomos ninguno de los cuales estuvo vivo nunca ni lo estará jamás; átomos que no han nacido con nosotros ni se extinguirán con nosotros, sino que pasarán a ocupar otro espacio en el universo, ese universo en el que ya habitan desde la creación de la materia. Nuestros componentes últimos nada saben de la vida; se han organizado así unos cuantos decenios, dando lugar a nosotros; después se organizarán Dios sabe cómo para dar lugar a Dios sabe qué.
Y el exponente máximo de esa organización es, sin duda, la palabra que todavía encandila, la palabra densa, la palabra preñada de pensamiento o transida de sentimiento. La palabra nos engrandece; y aquel que la pare permanece en nosotros, porque después de asistir a ese parto ya no somos los mismos. Un hombre ya no es el mismo hombre después de leer una obra de palabra densa, profunda, alejada de la vacuidad del flatus vocis.
Gracias a esos que ahora se han ido, gracias a sus átomos que ahora pululan buscando un nuevo destino; y gracias a quien nos lo ha contado tan bellamente desde este blog.
Publicar un comentario