viernes, 21 de noviembre de 2008

MUERTE CON HISTORIA: LOS HERALDOS NEGROS POR F. MORALES LOMAS


Estamos descomunalmente acomodados a las muertes anónimas. Hay épocas, cuando la luna está llena y el mar en calma, que la muerte anónima llega a diario. Son muertos oscuros y con secreto, como el personaje de esta historia, con los ojos abiertos, si acaso a la espera de algo que no llega nunca, como no sean esos heraldos negros del título. Estamos instruyéndonos tanto en los muertos de las pateras, de los cayucos... que nos convertimos en indolentes y apáticos porque son cadáveres recónditos y anónimos que contemplamos ya sin perturbarnos, como los finados de las carreteras, como las víctimas de un mercado de Bagdad o de Kandahar; muertos lejanos, muertos desconocidos; acaso incógnitas.
José Sarria con Los heraldos negros ha querido nominar, nombrar, darle cuerpo, darle lucidez, darle valor, darle claridad a un sentimiento. El origen de esta historia ha nacido de ese alegato por dar rostro, historia, nombre y ternura a un vencido anónimo. Su voluntad ha sido la de conceptuar, la de designar una emoción y hacerlo con la dignidad que cabe en todo ser humano.
Parte del principio de que cualquier muerte ha de ser contemplada con su historia, porque el anonimato es el peor crimen contra estas personas que se juegan la vida al tratar de salir de la ciénaga de la miseria.
Sarria lo sabe y ha querido escribir la historia de Hassan, ha querido darle una forma de estremecimiento y de querencia a su vida: un hombre pegado a un móvil que no cesa de sonar mientras la muerte asiste impávida a ese sonido de ultratumba.
Un rostro de un magrebí o un subsahariano muerto en nuestras costas se disipa en la imagen aprehendida de un momento. Pero Sarria no ha querido pintar un rostro muerto, sino que ha querido construir una vida, una historia personal, un sentimiento que dé sentido a la muerte, que nos enseñe que estos muertos poseen una identidad, que no son un número en el océano.
En consecuencia hay un compromiso cierto, una literatura de denuncia, una provocación a la reflexión desde el momento en que el difunto del móvil es una persona con una historia familiar. Se produce entonces la humanización, la comunión y el compromiso ético en su obra.
Sarria ha querido que Hassan tenga una madre que lo adora, Aixa, una madre que, como todas las madres sufre y se desvela. Ha querido darle un afecto, un encuentro con el amor de Zakia; ha querido darle unos hermanos del que, como primogénito (y tras la muerte del padre), es el responsable según las tradiciones de su pueblo. Sarriá ha visto con realismo la turbación que puede provocar la tragedia de una persona cuando dejamos de hacerla anónima y le creamos la historia particular de sus afectos, de sus sentimientos, de sus deseos, de sus esperanzas.
Esta historia, Los heraldos negros, que fue ganadora del I certamen internacional de relatos breves, «Cuentos del estrecho», se sostiene sobre una estructura circular: a través de la 2 de TVE llega la noticia del fotógrafo Fernando Arévalo que encuentra el cadáver de un joven magrebí en la costa de Bolonia (Cádiz). Noticia con la que se cierra el final del libro aunque con una ligera variante que no desvelamos al lector para no desmontar la intriga. A partir de ahí el escritor juega con el tiempo narrativo en procesos de analepsis y prolepsis. Sabemos el final de la historia de Hassan: su muerte, pero ignoramos la historia de sus sentimientos, de sus afectos; en definitiva, ignoramos su vida. La historia de Los heraldos negros es la reconstrucción de la historia de Hassan: la muerte del padre, el despido de la finca donde trabaja para mantener a su familia, la situación familiar, la situación social... y, finalmente, la resolución de intentar llegar a Europa para salir de la miseria. Hassan, a través del barbero, entra en contacto con una organización que lo llevará a Europa. La historia no se detiene en Hassan sino que contrasta con la época futura (la prolepsis) y descubrimos que todos los inmigrantes que viajan en la patera desde Marruecos han muerto. A través del fotógrafo Fernando asistimos a ese momento en que la realidad de la tragedia se hace visible y los esfuerzos vanos del español por intentar hacer vivir al joven Hassan. Y de nuevo la vuelta atrás (la analepsis) de la narración, los presentimientos de la madre, la llegada a la mezquita para rezar y pedir fortuna para este viaje, la impunidad del barbero Said, la partida de madrugada; y de nuevo el momento actual en la retina de Fernando, el fotógrafo; para volver al pasado, ipso facto, a seguir reconstruyendo la historia personal de Hassan y de Zakia, cuyo padre quiere casarla con un joven de buena posición ignorando su compromiso con Hassan.
Y los presagios, los malos augurios de la madre, los símbolos del libro, los heraldos negros del título extraídos del libro homónimo de César Vallejo: «Pero ¿sabes?, hace unos días tuve un mal presagio (dice la madre). Soñé con caballos negros. Alazanes salvajes que se acercaban hasta la mezquita; uno de ellos, el más fiero, traía algo en su boca».
Sarriá, en definitiva, ha querido con Los heraldos negros crear una literatura realista, de denuncia, una literatura ética que apuesta por la solidaridad y el compromiso, una literatura didáctica que nos haga tomar conciencia de que la muerte que viaja en patera no es anónima, es una muerte cercana con nombre y apellidos, una muerte que previamente ha construido un sentimiento, el que todos edificamos diariamente con nuestras vidas.

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