jueves, 8 de mayo de 2008

LA LÍRICA DE MANUEL ALCÁNTARA. PRIMERA ÉPOCA por F. Morales Lomas



Manuel Alcántara inicia su trayectoria poética a los veintitrés años en el sexto recital de la III Serie de lecturas poéticas del Café Varela de Madrid, que se denominaban . Y entre 1951 y 1953 será asiduo del Café Lira y del Café Molinero, donde conocerá a Rafael Azcona, Rafael Montesinos, Federico Carlos Sainz de Robles, Meliano Peraile... Unos años en que empezó a configurarse la denominada segunda generación de postguerra, de la que no se puede desligar a Alcántara como también lo afirma García Martín en su obra "La segunda generación de postguerra".
Pero es a los 27 años cuando se produce su estreno poético y publica "Manera de silencio" (1955), con el que obtiene el Premio de poesía Antonio Machado, que concede la revista Juventud, considerado el equivalente a lo que será el Premio de la Crítica al año siguiente, y figurará como poeta destacado en la "Antología de la poesía española 1955-1956" de Rafael Millán, comenzando a colaborar en Juventud.
En 1958 publica "El embarcadero", al que le seguirá "Plaza mayor" (1961), con el que obtuvo el accésit del Premio Nacional de Literatura, premio que conseguirá en 1963 con su siguiente libro, "Ciudad de entonces" (1962), aunque un año antes Jiménez Martos lo incluyera ya en "Nuevos poetas españoles". Sin embargo, no publicará una nueva obra de poesía hasta la década de los ochenta. En 1972 existe un tránsito y se recupera su obra poética, que se hallaba inencontrable, en la antología poética "La mitad del tiempo".
Pero no será hasta 1983 cuando se inicie su segundo periodo poético que lleva a la publicación consecutiva de tres libros de poesía que había escrito durante los veinte años anteriores: "Anochecer privado" (1983), "Sur, paredón y después" (1984) y "Este verano en Málaga" (1985), con el que alcanzó el Premio Ibn Haydún. El mismo año que publica "Antología poética" (1955-1985). Su última obra lírica, la octava, es de 1992 y lleva por título "La misma canción". Desde entonces no ha publicado ninguna obra. En 2002, conmemorando los diez años de su última publicación el profesor Gómez Yebra publicó una antología titulada "Poemas" (1955-2000), publicado por la Universidad de Málaga.
Estos silencios en la obra poética de Alcántara se justifican, a mi modo de entender, por la concepción de una creación que nace de una necesidad: el poeta accede realmente al hecho poético cuando lo cree necesario (es mi hipótesis de trabajo; constatada recientemente en un almuerzo con el escritor donde recordaba la conocida cita de Rilke de la poesía como acto necesario), pero también (creo) a la tiranía de la columna periodística.
Sin embargo, ¿a qué se debe que no se hable más del Alcántara poeta y sí del Alcántara periodista? Lo explicaba Alfonso Canales de esta guisa: “Puede que al poeta le quepa en ello alguna culpa. En su mano ha estado siempre bullir donde se cuecen las antologías y editar o reeditar en las colecciones de moda. No ha querido, quizá por el legítimo orgullo de quien se sabe por encima del nivel de los que se mueven, con más desenvoltura que mérito, en esos ámbitos tan escasos de verdaderas voces. Y sabedor de que ha alumbrado ya una obra memorable, ha optado por permanecer al margen de la política poética y por derramar en la prosa periodística de su columna diaria algo de lo que rebosa su poesía”[1]. También la absorbente labor de columnista diario lo explicaría, pero, en última instancia, sus propias palabras: «La poesía viene cuando quiere y el artículo tiene que venir cada día».
La lírica de Manuel Alcántara es nostálgica, neorromántica, cernudiana, filosófico-vital, senequista –y, por tanto, estoicista, en la línea quevediana-, metafísica, a veces; musical, heredera del modernismo en su musicalidad y del noventayochismo en su densidad vitalista, donde muestra las grandes raíces de lírica intemporal: la vida, la muerte, Dios, la tierra, el paso del tiempo. Son los temas frecuentes y en un plano secundario otros no menos baladíes: el mar, la nostalgia de lo perdido, el olvido, la presencia de lo perecedero…
Alcántara domina con fluidez el soneto, los metros endecasílabos, octosílabos y heptasílabos, base de su poesía, pero también las cuartetas, los tercetos, los tercetillos, los versos asonantados y todo ese flujo que procede del cante flamenco en una línea que llegaría directamente de los hermanos Machado y se adentraría en escritores como José Luis Estrada.
Decía que a los veintisiete años publica su primera obra, "Manera de silencio" (1955). En una década caracterizada por la preponderancia de una gran línea teórico-literaria: el realismo social o realismo crítico.
La lírica de Alcántara será entonces una poesía comunicativa, pero en la que existe un proceso de interiorización, una evolución personal y vivencial que le aproxima mucho más a la autonomía de corte ascético-místico que a la proyección social de la lírica que se lleva a cabo en esos momentos. Aunque también llama profundamente la atención la fiscalización de los problemas de la existencia (que tan de moda estaban por otra parte en Europa entonces, desde la influencia que tiene la filosofía sartreana, entre otras), en el profundo discurso interior, en lo trascendente del mismo, muy sugestivo para una persona que escribe su primer libro.
En "Manera de silencio" el escritor organiza ya su mundo y gran parte de las claves de lo que va a ser toda su lírica posterior, sustentada sobre una serie de principios o vectores de pensamiento y emotividad, y sobre una estética directa y confidencial precisa que va desde el endecasílabo (a través del soneto) hasta la unificación de versos endecasílabos y heptasílabos con afán narrativo-descriptivo y conceptual. Partiendo de la anécdota personal y vivencial, de su particular visión del mundo exterior y de las claves de la conciencia reflexiva, se transciende a nivel simbólico. Entre esos vectores trascendentes figuran el concepto de hombre como profesión; la constante presencia de Dios como problema, como duda, como imposibilidad; la fugacidad de todo lo perecedero según la máxima del "tempus horribilis fugit"; la pesadumbre vital; la presencia de los elementos cotidianos; la necesidad de definir su actitud ante la existencia y la introspección interior, la constante presencia de la muerte, la mirada interior... Una lírica de corte eminentemente emotivo, elegíaco, vital..., que se irá construyendo desde una visión realista del hecho poético, pero transformado con los recursos expresivos que connoten y modifiquen su percepción de las cosas, bien para ampliarlas, bien para minimizarlas en un afán siempre innovador.
"Manera de silencio" desarrolla dos conceptos básicos: la organización del mundo propio, sus premisas y la afectación de lo exterior en el interior y en su orden de valores; y, por otra parte (desarrollada básicamente en el apartado II), la omnipresencia de Dios como solución, pero también como problema.
A la vez que proclama su entorno vital sobre el que construye sus ideas:
1. El olvido.
2. La dicotomía niño (alegría)/ yo actual (ser indefenso que va pereciendo).
3. El ser hombre como profesión.
4. La búsqueda de la esperanza.
5. La constante presencia de Dios (como conflicto y enigma):
“Cuerpo a cuerpo con Dios se está vendido
y a gritos no se alcanza.
(...)
Y cuando el alma suena es que a Dios lleva.
(...)
Que se irá mientras hacen las estrellas
propaganda de Dios, allá en el cielo”.
6. La fugacidad temporal.
7. La aflicción existencial: “Ser hombres es una larga historia triste/ y un día se acaba”.
8. Su lucha doliente por resolver la eterna duda y disfrutar la esperanza y el amor.
La complementariedad llega desde el naufragio vital y la traslación de la pena interior inclusive hacia la propia naturaleza, el dolor de la existencia, el dolor de estar vivos. Un aire elegíaco y desgarrador ante el vivir, aunque persiste la necesidad de levantarse desde ese hundimiento interior. No se conforma Alcántara con que la existencia sea la condena cotidiana, y en sus palabras asoma un aire de rebeldía juvenil, una necesidad de explicación permanente ante lo que considera una impostura, una arraigada zozobra
En ese tránsito atormentado y dolorido, los símbolos que la literatura ascético-mística despliega surgen entonces como un intento de alcanzar la bonanza, la claridad humana y vital. Pero su postura, aunque creyente, es permanentemente agónica y unamuniana. La duda lo acomete, lo solivianta y lo eleva por caminos diversos sin hallar nunca la respuesta. Lo que le conducirá al desconcierto vital. Esta falta de respuesta, este silencio clandestino de la divinidad hacen que el ser humano viva enajenado, apocado, extraviado, buscando las respuestas que sus límites humanos no le darán.
"Plaza mayor", el libro con el que inaugura la década de los sesenta, es un excelso canto a España, a sus gentes, a su geografía, a su idiosincrasia en una línea trascendente que llega desde los grandes motivos y temas de la Generación del 98, teniendo como especial subtexto muchas de las conspicuas ideas que había desarrollado en su poética Antonio Machado en "Campos de Castilla". Son múltiples las veces que va nombrando a España en este recorrido que va de Norte a Sur y de Este a Oeste, desde Cantabria hasta el Rincón de la Victoria y del Noguera Pallaresa hasta Extremadura. Unas palabras en las que está presente también el espíritu de Unamuno y la tribulación de los noventayochistas que repudian esa España sórdida, esa España , y ensalza, en cambio, las bondades de un país, la geografía, el paisaje, la angustia ante el paso del tiempo, la denuncia de la miseria, el desaliento y la oquedad, son permanentes nociones que desarrollan básicamente una poesía con un arquetipo socializador y adecuadamente humana.
Con esa tendencia que, a veces, existe en los poetas a la circularidad en la construcción literaria, Alcántara en el poema “Sobre la mesa” se dirige al vocativo España de este modo: “Estás desmantelada (...)/ Estás, viva y terrible,/ sangre de toro y tapias encaladas”. La España que nos presenta Alcántara es atrasada, rural, vencida por sí misma, por su propia historia. Una España más cercana a la elegía y a la épica que a la lírica; de ahí la tendencia métrica al uso del endecasílabo y los versos de arte mayor que adquieren consonancia rítmica de ópera, realzando los grandes ámbitos del país que no se compadecen con una presencia sublime de los cuatro elementos de la naturaleza (agua, fuego, aire, tierra). Todos ellos están presentes como diamantes en bruto, como organizadores de una singladura geográfica y vital en la que, a la vez, que se adentra por sus campos, valles y ríos lo hace por el interiorismo del poeta creando una simbiosis entre su pensamiento y lo externo. Una característica que siempre es determinante en toda su obra, que ni es ajena a su faceta emotivo-personal como tampoco a la socializadora y humana.
España, por tanto, se transfigura en motivo y símbolo de esa Plaza Mayor y enumera, habla de sus habitantes (“leñadores del viento”, “tratantes de los campos de la patria”, “terratenientes de la luna”, “jornaleros sin fin de la esperanza”) pero también el ámbito rural: el polvo de los caminos, las acequias turbias.
Vitalismo, existencialismo, reflexión sobre el más allá y su correlato en el aquí y ahora son temáticas determinantes de "Ciudad de entonces" (1962), el poemario que le supuso el Premio Nacional de Literatura. Según Canales[2] "Ciudad de entonces" es una “vuelta al origen: los poetas también suelen volver al lugar de ese sangriento suceso que es el nacer (...) Pero su viaje había de acabar en Málaga, ciudad de entonces y de siempre ya para él y para su poesía. Su amor está donde estaba, «de donde no debiera haber salido»”.
"Ciudad de entonces" es Málaga, pero es su manantial, su procedencia, sus señas de identidad, como reza el primer poema, que se engarza por su temática y por los aspectos formales en el tipo de poesía precedente en cuanto a su luminiscencia vitalista, a la conformación de una lírica confidencial y a la conexión con una línea siempre presente en la tradición castellana que procede de Jorge Manrique. El poeta se adentra por la contemplación exterior e interior y su discurso que objetiva o subjetiva, crea una simbiosis permanente entre el aquí y el allá (si por el aquí entendemos la vida actual y el allá la muerte perseverante), entre el yo y la realidad circundante, entre el discurso del ser y el del no ser, entre la lírica sustantiva del soneto y la épico-lírica de los versos endecasílabos y heptasílabos, bien blancos, bien asonantados en los pares.
Alcántara posee la percepción de que el mundo, el universo, nuestra existencia está perfectamente ordenada (formamos parte de nuestro propio estigma, de nuestra propia proclama de seres perecederos), definida y circunscrita (“Resulta que la historia estaba escrita/ cuando yo quise hacerla a mi manera”), un fatum que procede de la tradición romana y se adentra por la musulmana, y el escritor sólo puede ser un testigo de ese legado, un atavismo que comprende y acepta pero contra el que a veces se rebela con toda la fuerza de su esencia perecedera: “Espectador y cómplice, decía/ que la función se acaba cualquier día:/ caerá el telón y me darán por muerto”. Quizá el ser humano es tiempo entre las dos nadas (“Cada hombre era una fecha”), un imperceptible espacio en la totalidad, y quizá también es nada en su propia esencia, humo. Por eso en el poema “Bulevar” nos dice:

En el año 3000, sin ir más lejos,
importaremos nada.
Nos llamarán «antepasados».
(Una mala pasada).

Se refleja la noción de inanidad como consustancial a su lírica, tanto como la percepción de la finitud y de la tensión vital, aunque haya momentos, como en el soneto en endecasílabos heroicos “Soneto para leer en una terraza las noches de verano” en que el poeta su actitud ante la existencia pasa por no inmiscuirse en ella, en permanecer ajeno, con esa contemplativa de raigambre oriental, para ser indemne, para no contaminarse; y el poeta bajo un efecto de extrañamiento lírico tan taoísta como andaluz dirá: “La vida es una historia de allá abajo. Si nosotros estamos condenados a ser un muerto es porque en nuestra esencia lo somos. La muerte no es algo importado desde lugar alguno, una adquisición ex nihilo, una impostura en nuestro trasiego vital, lo alienable de la existencia no es posible. Nosotros también somos el muerto que llevamos dentro. Son palabras en las que subyace un irremisible sentido de pérdida, de tener que hacer frente a algo irreparable sin tener posibilidad alguna de victoria. Una intención que siempre es agónica y unamuniana, pero también es una forma estoica y de raigambre senequista sobre la comprensibilidad del fin, la indulgencia, la transigencia ante la condición del ser.
Si en algunos poemas se produce una declaración de principios sobre el porqué de su venida al mundo y la asunción de la soledad vital; en otros hay una despedida de la existencia, en tanto que oración cívica en la que la creencia en la vida eterna es una forma de cognición, pues será como forma de revelación de la respuesta a la permanente pregunta del poeta: ¿Cuál es el secreto de la vida y de la muerte?
En un primer momento travesea con la afirmación o la negación en torno al verbo ser y su metaforización deslocalizadora: “La muerte no es de aquí (...)// La muerte es de otro sitio”; pero también la identificación del ser humano con el tiempo que le queda: “Cada hombre era una fecha”, que no deja de transmitir un deje de fina ironía y de humor negro ante la confidencialidad mortuoria.
El segundo apartado lleva una cita inicial de Rilke sobre el concepto de tensión vital. Es el núcleo esencial del poemario escrito en sonetos en endecasílabos, con predominio del heroico. Surge el ser humano ante el combate de la existencia, el combate vital, la soledad a través de unos versos confidenciales que tienden a la definición y a concretar los postulados vitales tanto en el tono como en los principios rectores que lo sustentan. Considera que el niño es una persona más fuerte porque tiene una mano que lo guía, en cambio, cuando se hace hombre queda solo, expugnable ante el combate de la existencia. No nos gusta quedar frágiles e indemnes ante las acometidas de ésta y nuestra fragilidad y nuestro miedo es determinante. En el fondo subyace una negativa ante este modelo existencial que surge cuando el hombre en soledad ha de hacer frente al exterior convirtiéndose en una especie de herido Prometeo. Lo que le lleva al poeta a decir: “Voy a serte/ sincero: no me gusta”. Es como si existiera la necesidad de seguir siendo pequeños para poder vivir con soltura, arraigados a la vida con fuerza.
Los símbolos de la contemporaneidad, los pequeños hechos cotidianos, la trascendencia del tiempo, la pervivencia de la memoria o la recreación de los símbolos diarios organizan una poesía vital donde siempre es permanente la simbiosis entre la reflexión meditativa y la contemplación descriptiva con tonos diversos que van desde la vitalidad consentida hasta la fragilidad desmitificadora.
En definitiva, una obra de gran trascendencia vital y existencial a través de la que el poeta recorre sus grandes preocupaciones de individuo frente al cosmos, frente a los sucesos y los símbolos del vivir.

[1] Canales, A. (2003): “Un altísimo poeta” en Manuel Alcántara, Ateneo del nuevo siglo, núm. 4, enero, pp. 16-21[17].
[2] Canales (2003: 19).

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