lunes, 28 de abril de 2008

HILOS, PREMIO ANDALUCÍA DE LA CRÍTICA Y NACIONAL DE LA CRÍTICA

LA LÍRICA DE LA INHIBICIÓN Y EL LAMENTO CON SUS CORRELATOS LINGÜÍSTICOS

F. MORALES LOMAS


Chantal Maillard reúne sus dos últimos poemarios, Hilos y Cual, en un mismo volumen titulado genéricamente Hilos. En ambos se produce la inhibición como una forma de renuncia a las prelaciones del lenguaje, que sólo adquiere la capacidad de sugerencia o la consistencia de la demolición metódica, y el dolor, el malestar o la queja como formas de intervención en la realidad que siempre destruye lo creado. De ahí el juego de sístole/diástole cuando afirma que “la/ palabra irremediable no es lo/ irremediable”. A través de los hilos, nos trasladamos de un lugar a otro de nuestro consciente o de nuestro inconsciente, de nuestro miedo o de nuestra inhibición, de nuestra angustia o de nuestras ansias por transformar una euritmia no aceptada. Esta sistemática negación de la palabra alcanza su cúspide más efectiva y clara cuando dice la escritora: “Me pedís palabras que consuelan,/ palabras que os confirmen/ vuestras ansias profundas/ y os libren/ de angustias permanentes./ Pero yo ya no tengo/ palabras de este género./ Aceptad mi silencio: lo mejor/ de mí”. La palabra no sirve para expresar la realidad ni para organizar un nuevo mundo sobre las cenizas que nos aquejan. La palabra ya no es nada. De ahí, el silencio, la contención, la renuncia: “Podríamos disponer en versos las palabras,/ como antiguamente, para poderlas recordar, recordar lo importante./ Pero ha pasado el tiempo,/ ya nada es importante, sólo el aire,/ tres sílabas apenas, en la página”. Ahora bien, en otro orden, la palabra en su cripticismo puede ser reveladora de misterios, puede sugerir múltiples significaciones; en cierto, modo se abre al mundo, a pesar de la tendencia a su inanición. Su lucha con la palabra (con, contra, a favor de) es prometeica. Sabe que no hay forma de expresar sino a través de ellas pero son insuficientes, limitadas, exiguas en sus significaciones. Existe, en consecuencia, una especie de amor/odio, posibilidad/imposibilidad con ellas, pero, al fin y al cabo, su existencia conforma una representación, una expresión que lleva a la respiración asistida de la escritora: “Volver a las palabras/ Creer en ellas. Poco. Sólo/ un poco. Lo bastante/ como para salir a flote y coger aire/ y así poder aguantar, luego,/ en el fondo”.
La renuncia, una forma de estar en el mundo y aspirar a una salida, también se proyecta como huida, un irse tras una decisión ordenada y querida. A partir del momento en el que el pánico crea su propia sensación de orden y se adueña, con su movimiento preciso, y se hace certero y contumaz. Pero también el cansancio, ese cansancio de la contemplación y de que nada ocurra en su movimiento.
A golpes de intuiciones veraces, de pespuntes, de hilos que pierden su final y sucumben en la nada, como si se tratara de un monólogo interior, la escritora conforma retales de ese gran lienzo que es la existencia, de ese fragmentarismo que son nuestras vidas. Así dirá: “Por lo que vuelvo al telar y/ sigo confeccionando el tejido/ que me dice y me asegura que ayer/ y hoy se continúan...” Pero desde la sistemática fragmentariedad se alcanza la totalidad y, en el proceso, está el camino, como en el tao. El hilo puede ser el camino, su función es organizar el mundo y darle forma, darle un sentido. En este viaje la escritura necesita ser abstracta, pero se debe ir anclando en lo que realmente interesa, que es sobrevivir. Pero, “-¿Sobrevivir? Decidme, ¿quién o qué/ sobrevive-“. La escritora no tiene respuestas veraces, todo son preguntas retóricas que tienen su respuesta en sí mismas. En muchas ocasiones las respuestas son dudas permanentes ante el desconcierto del existir. Así se entiende cuando dice: “La calma./ O tal vez sólo la escritura/aconteció. La calma, contenida./ Tal vez, acontecer...” Esta indeterminación sistémica es también una forma de definición. No cuenta la poeta con certificados o aseveraciones que conformen un espacio para la esperanza o la resolución de los conflictos vitales porque la incertidumbre sostiene el edificio. Hay una necesidad de dar respuestas, pero no existen porque se anda perdida: “Llévame a/ donde me digan lo que he/ de hacer”. Y en el poema “Dime” insiste: “Dime lo que he de hacer”. Y su agonía, su renuncia a casi todo se hace efectiva e irresoluta, como, cuando en ese proceso de construcción de la memoria, ésta acaba recalando en sí y produciendo la propia asfixia. En algunos poemas hace referencia a ese fluir de la memoria en el interior y los procesos que conlleva, y cómo existe necesidad de que en determinados momentos la escritura tenga su propio sentido: “Debía haber un hilo, aunque ahora/ no. Para eso la escritura”. Y en esa singladura, la mirada, los ojos alcanzan una obligatoria presencia, pero también la necesidad de indagar y construir, dudar, observar desde el interior de sí o desde el exterior. Como si lo irremediable se fuera apoderando de la escena con su canonjía de abusos y frágiles decisiones. Por este motivo, dirá en determinado momento, cuando trata de explicar el método: “Yo soy/ mis imágenes”. Y la disposición de estas en una galería es una forma de construir el yo, que nace como forma, como sistemática buscada, porque es “el yo el que quiere y necesita/ ser contado. El yo que no es nada/ sin una historia que lo cuente”. De ahí el lenguaje, su necesidad, pero también su imposibilidad de ser. Consciente de ello, la poeta en “Pez” se dirige al lector imaginario de su obra y le increpa: “Nada te obliga a terminar/ de leer este texto”. Y la imposibilidad del lenguaje: “Estoy tratando de decirte algo/ que no acierta a decirse. Entonces/ digo impotencia”.
La negación de sí misma es un principio rector del poemario y su vuelta sobre sí, como en esa imagen que nos transmite de la que se siente acuclillada, envuelta en sí, o “bajo la mugre que tapiza/ la superficie de mi mente”. Lo vivido lo es. Y de ahí el lenguaje, la palabra, para revivir lo vivido o las mentiras de lo vivido, la mentira creída o soñada. Y nunca estar presa de la nostalgia, acaso de esa arenisca que suena en nuestro interior cuando nos proponemos recuperar el tiempo y la memoria.
En este tránsito, la escritora solo encuentra respuesta en el aire (“Sólo el aire es perfecto”), que nos recuerda mucho el mensaje de la canción de Bob Dylan, “Blowin´ in the wind” sobre el lugar donde están las respuestas: “Ya nada es importante, sólo el aire”, porque también el aire es la solución al enigma: “El aire olía a ropa/ recién almidonada”.
Esta línea aérea comunica perfectamente hacia el final del poemario con el segundo, Cual, donde el primer poema anuncia la llegada de la luz en el que “cual” es cada uno de nosotros en su individualidad y en la celebración de esa luz: “Cual, sólido en la luz”. Una conexión que también se evidencia en la insistencia de las imágenes como cuando afirma “ser pájaro”, y más adelante: “Ser de vuelo. Ser”. Sólo en el vuelo se es. Sólo en la luz se es. De ahí ese presagio de lo anímico hecho luz, siendo, en la ligereza, en la pérdida del equipaje de la vida, de sus tormentas, en la huida. Huyendo es la última palabra del penúltimo poema. Pero, como en el poema de Machado, ligera de equipaje. A medida que la escritora es consciente de ese final aéreo, el hilo ya no tiene sentido. Ya no es necesario. De ahí que diga: “Sin hilo, es probable./ Líneas de suspensión tal sólo./ Puntos. De fuga”. Ya sí tiene una seguridad, la que le faltaba hasta ahora. La escritora lo ha visto todo meridianamente claro en su segundo poemario. Ante las dudas de Hilos en Cual se hace más axiomática. Ha encontrado una respuesta: la respuesta. Y, cuando eso sucede, la serenidad de ánimo se apodera del poema y pierde ese balbuceo de teselas cortadas para ser unidas por los hilos de antaño. Esa seguridad está impregnada en el acontecimiento histórico que, de modo simbólico, reúne en el último poema: los héroes de las Termópilas. Con sus cascos como cálices (lo pagano y lo cristiano al unísono) en los que la orina se ha secado. ¡Pobres héroes! Siempre acaban siendo derrotados por algo que está encima de ellos: “El sol. Acaso ardiendo”. La imagen del héroe sediento que orina en su casco para resistir el combate de la existencia pero a la hora de la verdad algo que está por encima de él le ha desarraigado, suprimido, exterminado: “La orina del héroe se ha secado”. ¿De qué ha servido la lucha si aquello en que nos sosteníamos sucumbe ante otras fuerzas? Pero mientras llega este final, el héroe tiene miedo “a que se escape la vida”. Se siente acosado por la vejez (“un tono más oscuro”), con la alacena vacía, con nadie que le recuerde, habiendo perdido la identidad (“Extrañado de ser otro ante otro”), menguando, perdiéndose, casi desapareciendo, indignado de existir... dejándose huir, siendo secado por el sol persistente, a la espera de su fuego aéreo.

Entrevista en El País a Chantal Maillard
http://www.elpais.com/articulo/semana/creo/corazon/tengo/elpepuculbab/20070616elpbabese_1/Tes

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